Él, un cantante muy popular. Ella una argentina que vivía
en un punto del norte, soñadora, leía todo sobre él y lo seguía en cada canción
nueva que salía.
Un día se realizó un concurso para conocerlo y la joven,
Guadalupe, hizo una carta. Nunca se imaginó que a los meses desde Londres le
llagaría buenas noticias. La carta decía:
“Estimada señorita Guadalupe, le comunicamos que se le
enviará los pasajes y tendrá pagada una estadía por tres días en el hotel
Westbury”.
Ella pegó un grito y su madre no sabía que pasaba, corrió
hacia la puerta y le dijo:
-¿Hija que pasa?-
-¡Mami me gane un viaje!, por dios no lo puedo creer
muero de amor por ese chico.
La madre, ya no podía hacer nada, solo acompañarla con su
corazón.
Llegó el día tan esperado, viajó hacia Buenos Aires y del
aeropuerto salió rumbo a Londres. Todo fue tan increíble como si fuese un sueño
de hadas, la llevaron, la dejaron en el hotel, la atendieron con toda
delicadeza. Ella solo soñaba con ese día.
Por la mañana tomó el desayuno, la llevaron de paseo por
el reloj más famoso llamado Big Ben, recorrieron la ciudad y volvió al hotel,
donde la esperaban unas personas.
Le comunicaron que le traerían un vestido y la
maquillarían, ya que por la noche tendría una cena con Harry.
Así fue que le dejaron un vestido azul fascinante, la
maquillaron muy suave, ya con su juventud era suficiente.
Ya estaba lista y súper nerviosa, la llevaron al salón y
tomó asiento en la mesa que ya estaba reservada para ella y Harry. Se trataría
de una cena romántica con velas, un lugar maravilloso con una luz tenue.
Guadalupe tenía su corazón agitado y alguien por detrás
le toca su bella cabellera que llegaba hasta su cintura.
-Largo y lindo cabello, casi azabache- le dijo, y ella
murió de amor, se dio vuelta y lo abrazo sin pensar. El reía y con su apenas
castellano le dijo:
-Niña eres muy bella-
Charlaron comieron y hasta un beso le robo él junto a una
hermosa fuente que dejaba ver las estrellas.
Como todo tiene un final el zapatito no se perdió pero el
reloj tocó las doce y él se tenía que ir.
Guadalupe corrió a sus aposentos y lloró porque no sabía
si era bueno o malo lo que había vivido, ya que nunca más lo vería, ni besaría
sus labios.
Al día siguiente ya sus maletas estaban preparadas un
taxi la esperaba para llevarla hacia el aeropuerto, un viaje largo la esperaba.
Llegando a Buenos Aires se dirigió al tren que la llevaría hacia su
provincia, donde ya los sueños solo vivían en su corazón.
El tren viajaba lento como observando el paisaje, tras la
ventanilla su rostro reflejaba el dolor, tanto que comenzaron a rodar lágrimas
por sus mejillas.
El sueño llegó a su fin...